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Juan Barcala. Licenciado en Filosofía. Publicado en “Contrastes” (Edita Contrastes Culturares/Valencia; http://contrastes.uv.es), Febrero 2003.
Los lugares son grandes o pequeños. No hay mucho más. Pueden tener más líneas de metro, más papeleras o más casas de masajes. Pueden tener las casas hacia el cielo o las casas hacia el mar. Pueden ser de cartón, de madera o de mármol. Como poder incluso pueden no tener un estadio de fútbol o una catedral en los que parar a descansar. Al final, tan sólo terminan siendo grandes o pequeños. Nada más. Lo curioso de la dicotomía no está en su asentamiento categorial. Su especificidad sólo responde a la elección de un individuo que, generalmente, no sabe que tiene que decidir. El espacio no importa; importa cómo se vive ese espacio. A partir de aquí esa portentosa riqueza que arrastra toda duda existencial convierte el rancio par de términos en un maravilloso juego de naipes que hace, de la vida, una cuestión de triunfos, faroles y órdagos.
Realmente no sé con qué cartas andaba el suizo Markus Breuss cuando decidió, a principios de los ochenta, abandonar su tierra natal para dirigirse a ese país que estrenaba democracia y chaquetas de pana. ¿Un farol? Hombre, contando con su excelente base académica y mirando con más de veinte años de distancia, no parece que fuera éste el caso. Lo que ocurre es que Suiza le venía demasiado estrecho.
La región helvética ha dado nombres notables dentro del universo de la música contemporánea Hanspeter Kyburz o Beat Furrer, por ejemplo crecidos bajo las faldas del maestro Klaus Huber. Incluso los ha habido que se han atrevido a desarrollar sus facultades compositivas en los campos minados de la música académica Michael Jarrell y sus flirteos con la electroacústica, la electrónica y la música concreta Pero las inquietudes de Breuss exceden, con mucho, lo estrictamente musical. Como he apuntado antes, su pasión por `la cultura del otro\' es una cuestión absolutamente existencial; todo un despliegue ontológico que no entiende de espacios y lugares: multidisciplinaridad y multiculturalismo. ¿Un órdago? Es posible.
Su despliegue madrileño las huidas continuas hacia dentro y hacia fuera impiden hablar de establecimiento da como primer resultado un grupolaboratorio que se convierte, automáticamente, en estandarte de la vanguardia patria. En 1984, Justo Bagüeste, Pelayo F. Arrizabalaga y Markus Breuss dan vida a Clónicos, armatoste expresivo y explosivo en el que las disciplinas se atraviesan mutuamente: trompetas, sierras mecánicas, tocadiscos, tubas, coreografías, taladradoras, guitarras, baterías, saxos y pelotas de pingpong. Y, en el centro de todo ello, un Breuss que hace las veces de director, compositor, coreógrafo e intérprete. Con todo, el sonido clónico es una suerte de rock delirante frenético y caótico, oscuro e inquietante que tiene en Esquizodelia (Triquinoise, 1995) su mayor y más lograda expresión.
Una formación dinámica y permeable el grupo siempre fue un ir y venir de músicos y nomúsicos, favoreció el nacimiento de otros proyectos paralelos que iban enriqueciendo, poco a poco, el talante del suizo: Scorecrackers, Kalimpong Trío, OCQ. En los dos primeros, Breuss exprime el lado más salvaje y libre de la experimentación electrónica y acústica, mientras que en el último desarrolla la improvisación postjazzística. Del paso de Clónicos por las páginas de la historia musical estatal siempre quedará la incomodidad de una propuesta que no dejó indiferente a persona alguna.
Colaboraciones a un lado Macromassa, Esclarecidos, Mil dolores pequeños, Luis Paniagua, etc. el trabajo de Breuss en solitario supone la proyección de todo su acervo creativo como compositor y multiinstrumentista. En mi opinión, es a solas cuando realmente logra exorcizar todos sus fantasmas, mostrándose, si no más comedido, sí al menos más reflexivo. Es como si se empeñara en resolver una ecuación en la que el jazz, la música de cámara, la electrónica y todas sus hermanas acústicas y concretas y la música oriental, siempre da como resultado un número irreal cuando no cero o infinito De este modo, el sonido de Markus Breuss es decididamente único e irrepetible, un choque de tendencias y culturas que provoca perplejidad y desconcierto por cuanto comunica. Toda una experiencia que, como él mismo, no entiende de conflictos físicos. En su composición \"E de Europa\", por ejemplo, podemos llegar a reconocer, casi sin darnos cuenta, las estructuras del free jazz, las estridencias del kabuki (teatro oriental) y la metáfora europea de von Trier Europa (1991); en otras palabras: la banda sonora del desasosiego existencial ante una región en clara decadencia histórica. Y todo eso enquistado en unos cuantos minutos de música. Ahí radica la magnitud de su sonido, la importancia de su reflexión. En realidad poco importa si se trata de la E de Europa, la F de Francia o la P de Pamplona. La reflexión es global. La música es global.
La trayectoria de Breuss no es unidireccional. Continúa desplegándose en ésta y otras direcciones. Y no parece tener el más mínimo interés en detenerse. ¿Un triunfo? Sin duda.
DISCOGRAFíA BÁSICA
En solitario:
• Desnudo (Hyades Arts, 1992 / Doronko Records, 2000).
• Awake Hu (C EDI, 1999).
• Zwei Kompositionen (Doronko Records, 1999).
• Muda na Kenshin / Devoción Inútil (Doronko Records, 2000).
Con Clónicos:
• Esquizodelia (Triquinoise, 1995).
• Burnt Hits (Doronko Records, 2002) Recopilatorio.
Con Scorecrakers:
• Eating Flowers (Por Caridad, 1997).
Con Kalimpong Trío:
• Washi Chiyogarni (Hazard Records, 2000).
Juan Barcala. Licenciado en Filosofía.
Publicado en “Contrastes” (Edita Contrastes Culturares/Valencia; http://contrastes.uv.es), Febrero 2003.
März 9, 2008
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